La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como el estado completo de bienestar físico, mental y social, y para ello, afirma, el ser humano requiere, de forma básica e inalterable, alimento, agua, aire limpio, refugio y estabilidad climática “relativa”.Todo ello depende de tener una dotación completa de especies, cuencas intactas y diversidad genética.
Nada que usted no conozca o no se haya dicho antes. Cierto, pero necesario recordarlo en momentos en que la degradación de los ecosistemas se hace cada vez más evidente, producto de las actividades del ser humano, y luego del fracaso de las recientes conversaciones políticas en la Cumbre de Copenhague para tratar de reducir las emisiones de gases contaminantes que aceleran el cambio climático y, por ende, agravan la situación.
El estudio Ecosistemas y Bienestar Humano, Síntesis de Salud (2005) elaborado por la OMS como una evaluación de los Objetivos del Milenio, enfatiza que los cambios en el flujo de los ecosistemas afectan a los medios de subsistencia, los ingresos, la migración local y, ocasionalmente, el conflicto político. “Los impactos resultantes en términos de seguridad económica y física, de libertad, de elección y de relaciones sociales tienen impactos de amplio alcance sobre el bienestar y la salud”, indica el informe.
Destaca el documento que los cambios climáticos pueden generar estrés en la producción agrícola o en la integridad de los arrecifes coralinos y de las pesquerías costeras, lo que puede incidir en la malnutrición, el crecimiento infantil atrofiado, la propensión a enfermedades infecciosas y otras dolencias. Además, la deforestación puede afectar los patrones de enfermedades infecciosas.
En el caso del agua –al que no tienen acceso seguro más de mil millones de personas– el estudio indica que muchos aspectos del ciclo hidrológico mundial son regulados por las funciones naturales de los ecosistemas y de los procesos geofísicos asociados (como la evaporación y el funcionamiento del sistema del clima).
Uno de esos ecosistemas son los humedales –de cuyo total, según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, solo 1% está protegida a pesar de que mantienen el 40% de las especies de peces y de muchas otras– que entre sus funciones la OMS destaca su papel crucial en la filtración del agua dulce, incluyendo la remoción de productos químicos y elementos potencialmente tóxicos, entre ellos, metales pesados como el plomo, del cual se conoce que produce anemia, lesiones del sistema nervioso, discapacidad para el aprendizaje y conductas agresivas, incluso a niveles de exposición relativamente bajos.
El informe también dedica un espacio a los productos biológicos. Afirma que millones de personas dependen en parte o completamente de productos naturales derivados de los ecosistemas para fines medicinales, a pesar que los fármacos sintéticos (la mitad tiene su origen en precursores naturales) están disponibles.
Se precisa, además, que el patrón y el grado de cambio en la incidencia de enfermedades infecciosas depende de alteraciones en los ecosistemas, entre otro, del cambio en el uso del suelo (ganado y cultivos), destrucción o invasión del hábitat de la vida silvestre (extracción maderera y construcción de carreteras); cambios en la distribución de las aguas (construcción de represas, irrigación y desvío caudales).
La Síntesis de Salud señala entre algunas conclusiones, que existe un creciente riesgo de cambios no lineales en los ecosistemas por la pérdida de la biodiversidad y del aumento de las presiones cada vez mayores que hay sobre ellos. Tres de ellas son: desertificación, colapso de la pesquería e inseguridad alimentaria. La situación es grave si analiza que unas 800 millones de personas de países de bajos ingresos, de las 6 mil 500 que pueblan el mundo en este momento, no obtienen suficientes proteínas y calorías para su energía.
Proteger los ecosistemas y ejecutar medidas para adaptarse al cambio es parte de las soluciones que deben ponerse en marcha ya.
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